Inicialmente analicemos qué es un límite y si es necesario. El límite es lo que separa o diferencia dos espacios: el adentro y el afuera y por supuesto que es necesario.
Generalmente se lo asocia con el castigo, con la sanción autoritaria pero esto es un error. Podemos pensarlo como lo que verdaderamente es. Es un sostén y una envoltura protectora y amorosa al mismo tiempo.
Cuando vamos manejando por la ruta de noche sólo se divisan las luces del auto y las líneas que marcan el borde de esa ruta. Esto nos brinda seguridad. No podemos ir por cualquier lado. Estaríamos en peligro.
Otro ejemplo podrían ser las boyas que establecen en qué zonas podemos nadar sin riesgos mayores.
Todas las variables que pensemos al respecto, reforzarán nuestra seguridad e integridad.
Entonces, por qué dudar a la hora de decir no ante algún pedido de los niños o jóvenes que los pongan en riesgo.
Los límites claros, puestos con firmeza, brindan seguridad y para establecerlos y lograr que sean efectivos, las personas encargadas de ponerlos tendrán que actuar con madurez, acordar entre ellos y nunca en presencia de los menores.
No es sano que los límites dependan de nuestras conveniencias o estados anímicos porque sólo se genera confusión. Tampoco vale establecer aquellos que no podemos sostener ya que intentarán por todos los medios (gritos, berrinches, portazos) conseguir lo que quieren.
Cuando perciben nuestras decisiones y que somos capaces de sostener nuestra palabra, les será muy difícil no correrse de su postura caprichosa
La palabra que se repite y se repite pierde peso porque deja de ser escuchada y queda vacía de contenido.
Es fundamental que se perciba nuestra seguridad y afecto a la vez.
Tampoco es válido prometer recompensa (si entrás al jardín sin llorar te compro…) porque esto implica que hay algo que no estamos logrando con nuestra propia palabra o gesto.
El tema de los límites nunca es sencillo pero no por eso debemos claudicar y sí tener claro que con los hijos se entabla una relación ASIMÉTRICA, no es de igual a igual. Los roles son bien diferentes.
Nosotros manejamos variables que ellos aún no conocen y esperar que pueda decidir solo sobre cosas que no están acordes a su edad o lo pondría en peligro es casi una forma de abandono.
Cuando haya un NO que marca un límite sería importante que pudiera aparecer un SÍ.
Muchas veces para ser hay que resignarse a ser vistos por los hijos como “malos”, “pesados”.
Un sistema que podría organizar reglas y límites es:
Con menores de 5 años es:
1- Establezco la pauta.
2- Me ocupo de que la cumpla.
Para mayores de 5 años:
1- Establezco la pauta
2- Aviso la consecuencia si no se cumple
3- Cuando no se cumple aparecerá la consecuencia.
Con los hijos mayores es probable que tengamos que recurrir al método de dos pasos.
Son en esas situaciones en las que no hay alternativa o cuando la actitud que asuma pueda afectar su salud, su seguridad e incluso el bienestar de la familia.
Hay muchas situaciones en las que para cuidarlos, no los dejaremos elegir.
El enojo no es una buena herramienta: ni autoritarios ni permisivos.
Lo ideal son aquellos capaces de sostener emociones y vínculos. Pueden entender lo que el hijo siente pero no por eso pierden el rumbo y probablemente busquen resolver conflictos invitando a “resolverlos juntos”.
NORMA CASTRELO
Bibliografía sugerida:
“El reto de ser padres” (Joseph Knobel Freud)
“Latentes” (Maritchú Seitún)