El piquete de los padres

Por Rolando Hanglin | Extraído de la Revista La Nación

En este país donde todos hacen piquetes, cortan rutas y puentes, toman las instalaciones de algo o alguien, en una palabra, reclaman por sus legítimos derechos, nosotros también lo haremos. Somos los padres de la juventud (maravillosa) y se está gestando en nuestro ámbito un nuevo y aguerrido sindicato. Será de carácter global, como casi todo.

Para fundamentar estos movimientos de protesta, empezaremos desde cero. En la actualidad, tanto los jueces como los maestros, profesores, psicólogos y pedagogos nos culpan de todos los defectos de la juventud.

“Los adolescentes son malcriados, haraganes, sucios, desamorados, inconstantes, desordenados, egoístas, caprichosos, ignorantes –dicen- y para colmo beben, se drogan y se atacan a navajazos. Pero… ¿Dónde estaban los padres cuando se iban gestando estos jóvenes?

Los padres maduramos como siempre lo ha hecho la especie humana: a las trompadas. Recorriendo un itinerario de errores y disparates, cometimos todos los excesos, dijimos todas las tonterías, consumimos todo lo indebido, fuimos infieles, fuimos mentirosos, trabajamos cuando no hubo más remedio y finalmente, con toda una vida vivida, aquí estamos. Somos los padres de los hijos.

¿Cuál es nuestro reclamo? Queremos que el Estado y la sociedad nos ayuden a comprender a nuestros hijos. Que los obliguen a amarnos. Ya que hoy día la sociedad es responsable ultima de todo, pretendemos que ella se haga cargo también de nuestro problema.

Vemos en nuestros hijos la peligrosa noción de que todo lo que los rodea es antiguo, ajeno, absurdo. Incluso los personajes y temas más recientes, para ellos son antiguos: Jorge Luis Borges, Carlos Monzón, la Guerra de Malvinas, Alerto Olmedo, Tarzán, los Beatles, la leche chocolatada.

Nuestros hijos han llegado a la conclusión de que todo es “obvio”. Los valores y los instintos, las crueles verdades, el amor y el odio, los sentimientos, los recuerdo, las mentiras piadosas. Obvio. Normal. Lógico. ¿Qué cazzo será tan obvio, que nosotros no acertamos a verlo? En la sociedad del conocimiento, de la cual nosotros estamos excluidos por edad, nuestros hijos han preferido no-conocer.

Llegados a una adolescencia que abarca hasta los 40 años, nuestros hijos integran el batallón de los jóvenes Ni-Ni. O sea: ni estudian ni trabaja.

Nuestros hijos se han habituado a pedir, pedir, pedir, y una vez extinguida la alforja de papá, le piden al Estado, al Ombudsman, a los Organismos de Derechos Humanos, a las ONG o a Greenpeace, una beca, un sueldo para financiar sus ilusiones y pagar el alquiler.

Se han acostumbrado a vivir de la queja. Como dice el tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo: “El que no llora no mama y el que no afana es un gil”.
¿Para pensar, no?