¿Qué hacemos con las pantallas?

Una guía de reflexión y acción para decidir cómo y hasta dónde, dejamos a nuestros hijos acercarse a esa infinidad de estímulos que ofrecen las nuevas tecnologías.

Las pantallas se introducen cada día más en nuestras vidas, en las casas, en los dormitorios, en la mesa, ¡hasta en el baño! Pero no lo hacen de golpe de modo que podamos darnos cuentas y, eventualmente, resistirnos. Lo van haciendo de a poquito y así no tomamos conciencia de que está ocurriendo. En el caso de los chicos, la situación es más preocupante: nosotros recordamos comidas sin mensajitos o interrupciones telefónicas, en las que las familias conversaban ininterrumpidamente, pero ellos están creciendo sin saber que existe esa opción. Tras años de esfuerzo, muchos logramos sacar la televisión de la mesa a la hora de comer… ¡para encontrarnos hoy con los teléfonos inteligentes como nuevos e infaltables comensales!
En relación con la conexión a Internet, hace unos diez años bastaba con pedir a los padres que pusieran la computadora en un lugar público de la casa, de modo que los chicos no tuvieran la comodidad y libertad de navegar a su antojo y ver temas no aptos para su edad. ¿Por qué creo que no son aptos? Porque sus cabecitas no están preparadas para procesar tanta información que se “carga su cerebro” sin posibilidad de descarga de ningún tipo, ya que incluso están quietos cuando miran, ya sea violencia, pornografía u otros. Esta “intoxicación” puede asustarlos, llenarlos de ansiedad, o llevarlos a actuar, contándolo a otros chicos o repitiendo lo que vieron en intentos (a veces con consecuencias serias) de elaborar lo que descubrieron y aprendieron de esos contenidos.

 

Enseñar a usar

Hoy le regalamos nuestro viejo Ipod al chiquito de 7 años y en muchas casas hay WiFi, por lo que todos pueden conectarse a gusto, a cualquier hora y en cualquier lugar. Sin hablar del Ipad que papá o mamá prestan al chiquito de 4, con la excusa de que “es que es tan inteligente que lo maneja mejor que yo”. El gobierno regala computadoras a los chicos de escuelas primarias, quienes también encuentran conexiones de Internet para entretenerse investigando sin control adulto, ya sea en la plaza, en un bar e incluso en la misma escuela. Sin importar el poder adquisitivo, los chicos terminan teniendo acceso a imágenes que no son adecuadas para su edad y capacidad de procesamiento, y esto tiene secuelas inevitables. Y en el raro caso de que no tuvieran acceso a esa tecnología, les alcanza con estar un ratito mirando la tele para ver, en horario de protección al menor, imágenes excesivamente realista en los noticieros o avances muy “jugosos” de los programas que sí se pueden ver fuera de ese horario; estímulos que los chicos tampoco pueden procesar con facilidad.
No se trata sólo de lograr que nuestros chicos vean contenidos acordes a su edad, sino también de enseñarles a hacer uso de las herramientas interactivas de una manera saludable. No tenemos modelos claros, los padres no hemos sido ejemplo para ellos ni conocemos bien los riesgos y muchas veces ellos usan la tecnología antes que nosotros, ya sea a través de Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat, etc.
Los adultos debemos tomar conciencia de todo lo que los chicos dejan de hacer por estar en la computadora, o con el teléfono en la mano: menos tiempo para el juego libre, indispensable para un desarrollo sano; menos interacción con adultos y con otros chicos; menos lectura y menos tiempo de ocio, actividades que ofrecen la oportunidad de desarrollar la creatividad y la imaginación. Me preocupa ver que hoy los adolescentes se sientan en el recreo y chatean entre ellos en lugar de conversar, por ejemplo.
Los padres podemos (y debemos) ser ejemplo de un uso racional de las pantallas. Poner límites al tiempo de conexión y vigilar cómo usan esas herramientas. Pero si no lo hacemos desde que son chiquitos, va a ser muy difícil luego retirarles un derecho que consideran propio.
Un último tema a tener en cuenta: para poder enseñarles a nuestros hijos una ética de conducta en las redes sociales, necesariamente debemos estar junto a ellos y conocer sus claves de acceso, mirar qué ven y qué buscan. Los chicos tiene que saber que vemos lo que hacen durante los primeros años (no días, ni meses) de interacciones cibernéticas.
A pesar de que ellos usan mejor que nosotros las pantallas, no tienen el criterio suficiente para tomar buenas decisiones. Los adultos sí lo tenemos y es nuestra tarea enseñarlo en una vigilia atenta hasta quedarnos tranquilos de que pueden desenvolverse solos sin dejarse llevar por “brillantes” piedritas de colores, o amigos supuestamente más vivos que ellos. Al menos, hasta que puedan evaluar las fuentes de lo que ven, conozcan los peligros, entiendan el riesgo y las consecuencias de sus palabras escritas y de sus acciones, ya sea subir una foto o hacer un comentario al pasar.
Ellos tienen que ganarse nuestra confianza a través de muchos intercambios supervisados, empezando desde que son chiquitos y siguiendo probablemente hasta los 14 años. Aunque eso dependerá de la evolución de cada chico. Y si no aceptan esta condición de “uso con supervisión”, sólo les queda la alternativa de no usarlo. Entre esas dos opciones, si se las ofrecemos antes de la adolescencia, todos van a elegir la primera. Y luego viene la ardua tarea de no olvidarnos de supervisar y de aprovechar los temas que aparecen tanto en la tele, en los diarios y en sus clases, para seguir dominando nosotros y enseñando a dominar esta ética de las redes sociales, tan nueva para todos que tenemos que ir construyéndola a medida que la enseñamos.

                                                     MARITCHU SEITÚN ( PSICÓLOGA)