¡Mamá, quiero, quiero, quiero!

El exceso de compras, idas al kiosco y programas saturan los sentidos de los chicos y hacen que cada día “necesiten” más.

Nuestros hijos desean, piden, reclaman lo que aparece en la tele, lo que tiene el primo, lo que vieron en una vidriera o en el kiosco… Sin comprender que la sociedad de consumo les ofrece “piedritas de colores” a cada paso, parecen ver –en los botines, las figuritas o los juegos– preciosos diamantes, rubíes y esmeraldas. Les llevará un buen tiempo darse cuenta de que no siempre lo son, algo complicado en sí mismo que se hace aún más difícil cuando los padres también nos distraemos y nos dejamos tentar por cosas para comprar, desde lugares a veces obvios o de manera subliminal. Mientras tanto, los chicos nos ven, nos escuchan, y siguen pidiendo más.

Sería muy cómodo entrenarlos para que nos pidan menos o nada, pero no sería realista ni bueno para ellos. La solución no está en que dejen de desear y de pedir, sino en que, como padres, fijemos un criterio y lo compartamos con ellos. Y en que tengamos fortaleza para sostenerlo tanto como flexibilidad para ceder algunas veces y poder acompañarlos en su dolor o su enojo cuando les decimos que no.

En este comienzo de verano, con las vacaciones muy cerca, llega también la Navidad y la “visita” de los Reyes Magos, con el consecuente aumento de publicidades que los chicos ven en la tele a toda hora. Después vendrán las vacaciones en familia: en la plaza o, con un poco de suerte, quizás en la playa.

Días atrás volví con una hija (casada y con hijos) a la casa en la playa donde lo que señalaba la despedida del verano era un helado gigante. Ya desde mi mirada de abuela, le pregunté, con algo de culpa: “¿Un solo helado grande por verano les comprábamos?”. Me dijo que sí, pero que lo recordaba enorme y, sobre todo, emblemático y delicioso. Si le hubiéramos comprado uno por día, incluso uno por semana, probablemente se lo habría olvidado o lo habría considerado una de nuestras obligaciones como padres. Además, en la playa hacíamos un acuerdo entre parientes y amigos, que consistía en que tanto los palitos de agua (los helados más baratos) como los barquillos se conseguían de a uno por día, como parte de una semanalidad que, a medida que crecían, tenían que aprender a administrar.

El exceso de compras, regalos, idas al kiosco y programas saturan los sentidos de los más chicos y hacen que cada día “necesiten” más para conformarse y pidan más caro, más interesante, más llamativo, ¡máaas! Del mismo modo que, cuando hacemos dieta la zanahoria rallada o el pollo a la plancha nos parecen un manjar, animarnos a poner a nuestros hijos “a dieta” de compras, hacerlos desear y postergar les permite disfrutar más cada ida al kiosco, cada salida. Intentemos resistir la maratón que nos deja exhaustos, con los bolsillos vacíos, y ¡enojadísimos con nuestros chicos por no saber valorar lo que tienen! Saber decir “no puedo”, aun cuando sea posible conseguirlo o pagarlo, implica que no puedo ir en contra de mis principios ni contra aquello que me parece correcto o formativo para mis hijos.

                                    MARITCHU SEITÚN ( PSICÓLOGA)